Un grupo de investigadores liderados por la prestigiosa arqueóloga Hourig Sourouzian, ha descubierto dos espectaculares, y hasta hoy desconocidas, estatuas gigantes de Amenofis III, faraón de la Dinastía XVIII, que estuvo al mando de Egipto entre 1390 y 1353 a.C. Ambas estatuas están realizadas en cuarcita, miden alrededor de 11 metros de alto y pesan unas 250 toneladas. Estos hallazgos han sido descubiertos en el templo funerario de Amenofis III, donde se encuentran otras dos imágenes gigantes del faraón en su trono, conocidas como “los colosos de Memnón”.
Las figuras recientemente encontradas han sido restauradas y ahora pueden verse en el templo en toda su magnificencia. Amenofis III, quien reinó desde la infancia hasta la muerte en una época característicamente próspera para Egipto, particular faraón que, según algunos documentos, estaba más obsesionado con la construcción de monumentos estéticamente imponentes y la búsqueda de mujeres no menos bellas, dentro y fuera del reino para su harén, mandó construir este templo de 100 metros de ancho por 600 metros de largo hacia el fin de su vida. Allí, todavía hoy se siguen descubriendo extraordinarias piezas arqueológicas que dan cuenta de la prosperidad de la época de la singularidad de su carácter hedonista y megalómano.
Según el Fondo Mundial de Monumentos, “la estructura del templo fue destruida originalmente por terremotos y, como nunca fue plenamente excavada, el lugar quedó cubierto de vegetación y amenazado por las inundaciones y el desarrollo agrícola (…) Estos problemas se agravaron por un incremento de la sal en la superficie por las subidas del agua, una consecuencia de la construcción de la Presa de Asuán en 1960”. Por estas razones es que, a pesar de las dificultades técnicas, y gracias al tesón de los investigadores, todavía siguen apareciendo sorpresas históricas bajo el suelo.
Las figuras recientemente encontradas han sido restauradas y ahora pueden verse en el templo en toda su magnificencia. Amenofis III, quien reinó desde la infancia hasta la muerte en una época característicamente próspera para Egipto, particular faraón que, según algunos documentos, estaba más obsesionado con la construcción de monumentos estéticamente imponentes y la búsqueda de mujeres no menos bellas, dentro y fuera del reino para su harén, mandó construir este templo de 100 metros de ancho por 600 metros de largo hacia el fin de su vida. Allí, todavía hoy se siguen descubriendo extraordinarias piezas arqueológicas que dan cuenta de la prosperidad de la época de la singularidad de su carácter hedonista y megalómano.
Según el Fondo Mundial de Monumentos, “la estructura del templo fue destruida originalmente por terremotos y, como nunca fue plenamente excavada, el lugar quedó cubierto de vegetación y amenazado por las inundaciones y el desarrollo agrícola (…) Estos problemas se agravaron por un incremento de la sal en la superficie por las subidas del agua, una consecuencia de la construcción de la Presa de Asuán en 1960”. Por estas razones es que, a pesar de las dificultades técnicas, y gracias al tesón de los investigadores, todavía siguen apareciendo sorpresas históricas bajo el suelo.
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