lunes, 18 de julio de 2016

PETRA. La ciudad rosada casi tan antigua como el mismo tiempo

Las gigantescas montañas rojas y los inmensos mausoleos de un tiempo perdido poco tienen que ver con nuestra civilización moderna, y no piden más que ser apreciados por su verdadero valor: como una de las mayores maravillas jamás creadas por la Naturaleza y el Hombre.
Aunque han corrido ríos de tinta sobre Petra, nada nos prepara en realidad para este impactante lugar. Hay que verlo para creerlo.


Denominada a menudo como la octava maravilla del mundo antiguo, Petra es, sin ninguna duda, el tesoro más preciado de Jordania y su atracción turística más importante. Es una enorme ciudad excavada por completo en las rocas por los nabateos, una tribu árabe muy trabajadora que se estableció en la zona hace más de 2.000 años y la convirtió en una importante ciudad de paso que unía las rutas de la seda, las de las especias y otras que conectaban a China, la India y el sur de Arabia con Egipto, Siria, Grecia y Roma.
La entrada a la ciudad se realiza a través del Siq, un estrecho cañón, de un kilómetro de longitud, rodeado por acantilados que se elevan hasta los 80 metros de altura. El simple hecho de caminar a través del Siq es una experiencia inolvidable. Los colores y las formaciones de las rocas son deslumbrantes. Cuando llegue al final del Siq vislumbrará por primera vez la fachada llamada Al-Khazneh (el Tesoro).
Es una experiencia imponente. Una inmensa fachada, de 30 m de ancho y 43 m de alto, excavada en la cara rocosa de rosa pálido eclipsa todo a su alrededor. Se construyó en el siglo I como la tumba de un importante rey nabateo y es una muestra del talento para la ingeniería de este antiguo pueblo.
El Tesoro es la primera de las muchas maravillas que se encuentran en Petra. Necesitará al menos cuatro o cinco días para conocer la ciudad a fondo. Según se accede al valle de Petra, el visitante quedará sobrecogido por la belleza natural de este lugar y su impresionante arquitectura. Existen cientos de elaboradas tumbas excavadas en la roca con complicados grabados que, al contrario que las casas, que fueron destruidas por el terremoto, se construyeron para durar toda la eternidad y 500 han sobrevivido, vacías, pero irremediablemente cautivadoras al pasar por sus oscuras entradas. También hay un gran teatro construido por los nabateos de estilo romano, con capacidad para 3.000 personas. Hay obeliscos, templos, altares para sacrificios, calles con columnas y, a gran altura, dominando el valle, se eleva el impresionante monasterio Ad-Deir, al que se accede por una subida de 800 peldaños excavados en la roca.
En el interior del sitio también se pueden encontrar dos estupendos museos; el Museo arqueológico de Petra y el Museo nabateo de Petra. Ambos cuentan con un gran fondo de piezas procedentes en la región de Petra y ofrecen una visión de conjunto del colorido pasado de Petra.
También en dentro del recinto, varios artesanos de la ciudad de Wadi Musa y del cercano asentamiento beduino montan sus pequeños puestos para vender artesanía local, como cerámica y joyería beduina, además de botellas de arena de colores de la zona.
No olvide llevar calzado cómodo para andar, una gorra para protegerse del sol y agua de sobra para beber!

Un poco de historia…
Petra se fundó alrededor del siglo VI aC, por árabes nabateos, una tribu nómada que se asentó en la zona y sentó los principios de un imperio comercial que llegaba hasta Siria
A pesar de los sucesivos intentos por parte del rey seléucida Antigonus, del emperador romano Pompeyo y de Herodes el Grande de tomar Petra para sus respectivos imperios, la ciudad siguió en poder nabateo hasta aproximadamente el año 100 dC, cuando los romanos se hicieron con ella. Permaneció deshabitada durante el periodo bizantino, cuando el antiguo Imperio Romano fijó su interés en el Este, en Constantinopla, pero después, su importancia descendió.

Los cruzados erigieron un fuerte aquí en el siglo XII, pero pronto se retiraron, dejando Petra bajo el control de la población local hasta el siglo XIX, cuando el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt volvió a descubrirla en 1812. 

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